Hace 1 año

Hace tres meses falleció mi madre, estoy tratando de reconstruirme con los trozos que me han quedado, han sido unos meses donde he sentido vivir en el mismo infierno. Hace dos años, en septiembre de 2020 a mi madre le detectaron una mancha en el pulmón de morfología desconocida. Recuerdo cuando me lo dijiste, estábamos los tres en la cocina y me dijiste que te habían encontrado una mancha, pero que no sabías lo que era, las dos nos asustamos muchísimo y nos abrazamos llorando esperando que no fuese la peor de las opciones. Semanas después de pruebas e incertidumbre se confirmaron los temores, tenías cáncer, más exactamente un carcinoma epidermoide de células no pequeñas. No sabes cuantas horas he leído sobre artículos científicos y revistas médicas sobre lo que tenías, las tasas de supervivencia, síntomas, consecuencias, lo leí todo y más. Esas horas empapándome de información me dieron dos visiones, la realista es que no pintaba bien, pero a la vez sabía las opciones que teníamos y sobre todo que todavía no era demasiado tarde. El siguiente paso, pero, dado que el tumor primario era remarcablemente grande, teníamos que descartar la diseminación de la enfermedad y aquí entra la palabra que más me aterra en esta vida, metástasis. Te hicieron el PET Tac, te acompañé, estábamos nerviosas y aferrándonos a la esperanza. Recuerdo el día 4 de diciembre de 2020, nos llamaron y nos dijeron que no había rastro de diseminación de la enfermedad, ¡teníamos opciones de curación! Qué absurda es la vida y qué sencilla se vuelve cuando el hecho de si tener cáncer, pero no tener diseminación significaba llorar de alegría y celebrar que estábamos allí. Iniciamos entonces la carrera de obstáculos, mi madre empezó su primera sesión de quimio tres días antes de navidad, casualmente el día que yo cumplía 26 años. Que no os engañen, la quimioterapia es de las peores cosas que le puede ocurrir a alguien, siendo hipócrita porque no lo he vivido en mis carnes, pero viendo día a día como alguien se consume queriendo luchar contra la enfermedad. El deterorio físico, perdida de peso, cansancio, debe ser tan difícil mantener la fuerza cuando te están consumiendo la energía. Pero ahí estaba ella, manteniéndose y sufriendo cada una de esas sesiones de quimioterapia y las correspondientes sesiones de radioterapia. Íbamos a por todas y mi madre se iba a curar. Durante esas semanas empecé a creer que los milagros existen y que los deseos se cumplen. Cuando se habían cumplido 15 de las 30 sesiones de radioterapia programadas, los doctores nos pidieron un TAC adicional, ya que por lo visto habían visto algo que les llamó la atención. Ese TAC indicó que el tumor había reducido más de la mitad y aún no habíamos ni completado el total de las sesiones, parecía aparentemente sorprendente aunque nosotras no teníamos muchas referencias para entender si era algo habitual o no esa respuesta ante la medicación. Al terminar los ciclos de quimio y de radio, dados los buenos resultados la oncóloga nos ofreció la mejor de las soluciones, pese a la magnitud del tumor primario, dada la buena respuesta a la medicación, mi madre era apta para cirugía y le podrían eliminar la parte necrosada por completo. No os voy a mentir no parecía una operación fácil, además hasta que no abren no saben que se van a encontrar. La operación fue en marzo de 2021, no había pasado tantos nervios en mi vida, nos habían dicho que todo podía ser: podían abrir y ver que no había nada que hacer dada la magnitud de la necrosis, que podrían tener que remover alguna costilla incluso, y que en el mejor de los casos le quitarían el pulmón derecho y tendría que utilizar respirador para poder tener calidad de vida. Asombrosamente, la cirugía fue un éxito, finalmente le quitaron solo un lóbulo del pulmón derecho y habían limpiado al completo toda la zona necrosada que había sido afectada por el tumor primario. A ojos de la medicina, mi madre estaba cien por cien curada. Os podéis imaginar la alegría y la incredulidad ante una evolución de este tipo con uno de los cánceres más mortíferos que existen. Me gustaría deciros que este es el final de la historia y que mi madre se curó y pudo continuar con su vida hasta el día de hoy, pero no es así.

El infierno empezó un año después, cabe decir que mi madre, como cualquier persona que ha pasado por un cáncer, tenia sus correspondientes visitas y pruebas de control para asegurarnos de que no volvía a aparecer la enfermedad. La última revisión fue en enero de 2022 donde aparentemente todo estaba perfecto y la enfermedad no había reaparecido. Tres meses después, en abril de ese mismo año, mi madre empezó a tener mareos inexplicables, ¨vértigos¨ según la doctora de atención primaria. Le recetaron pastillas para los vértigos y le hacían un seguimiento, pero no parecía ser nada de gravedad. Los mareos continuaban e iban acompañados de vómitos sin explicación, las semanas pasaban y no parecía mejorar. Empecé a notarla diferente y le costaba encontrar las palabras cuando hablábamos de cualquier cosa sin importancia. Pensé que la doctora de atención primaria no le estaba haciendo las pruebas necesarias y sabiendo el historial que tenia me asustaba que fuese algo más grave. Nos fuimos de urgencias y le mandaron un TAC cerebral urgente para descartar lo peor. Me gustaría remarcar la nefasta atención del centro de atención primaria, donde una persona con un historial como el de mi madre y con unos síntomas como aquellos, no recibió nunca nada más que pastillas antivertigo. La semana siguiente le realizaron el TAC cerebral, tenia el peor de los presentimientos y mi madre no era la de siempre. Salíamos a andar y perdía el equilibrio, sacaba a pasear el perro y se olvidaba de las llaves y del móvil sin saber a quién avisar hasta que me la encontraba en la puerta al llegar a casa, no encontraba las palabras más sencillas para contarme que había hecho esa misma mañana, y muchas otras más. Nunca recibimos una llamada indicándonos los resultados de aquel TAC, ni una citación con oncología o con la médico de cabecera. Al no recibir información entré en la aplicación de salud que mi madre tenia en el teléfono y miré a ver si habían colgado alguna información relevante. Y allí estaba, hacía unos días que habían subido los resultados y a nosotros nadie nos había avisado. Abrí el informe del TAC, y así, sola en casa y sin anestesia, descubrí que mi madre tenia 4 lesiones metastásicas de tamaños significativos en el cerebro. Nadie nos había llamado, nadie le estaba haciendo seguimiento, nadie se había preocupado de tomar acción ante esos resultados, fueron un seguido de negligencias sin sentido las que hicieron que se lo detectasen de esa forma y sin avisarnos. Aquí empezó nuestro infierno y de la manera más desagradable posible. Llamé a todos los teléfonos existentes, no conseguí nada. La única solución fue presentarme en el médico de cabecera y rogar por una cita con su médico de atención primaria para que nos ayudase con el proceso. Recuerdo esa cita y la vergüenza que me dio el sistema médico. Entramos en la consulta y nos dijo que mi madre tenia mareos y que le iban a continuar haciendo seguimiento, no fue hasta que le pedí por favor que revisara las últimas pruebas que le habían hecho en urgencias, donde vio la naturaleza de sus “vértigos”. No fue hasta ese momento donde se derivó a mi madre a oncología. La frustración, tristeza y desesperación que sentí no os las puedo describir. Mi madre vulnerable se dejaba llevar y no estaba entendiendo lo que estaba sucediendo, no entendía que le estaba pasando ni por qué le estaban ocurriendo todas aquellas cosas. A partir de este punto empezó el deterioro, por este entonces vivía con ella. Necesitaba ayuda para levantarse de la cama, para ir al baño, para todo. Recuerdo estar en otra habitación y escuchar gritos y lloros y ver que se había caído en la ducha, o en el suelo de la habitación. Sabíamos que lo que tenia no era curable pero confiábamos en mejorar los síntomas y cronificarlos de algún modo. Empezó entonces el tratamiento de radioterapia en la cabeza. De esas 10 sesiones, solo llegó andando por su propio pie a la primera. El segundo día de sesión, estábamos en casa preparándonos para salir y se cayó al suelo sin previo aviso. Os diré que levantar a peso una persona no es tarea fácil y menos tu sola, no sé como lo hice, pero fui a buscar la silla de escritorio, la levante como pude y la senté en esa silla. Empujé la silla de escritorio hasta el ascensor y de allí hasta el parking y la puerta del coche. Conseguí meterla en el coche pero las piernas no le respondían. En esos días recuerdo ir con el piloto automático, daba igual lo duro que era lo que estaba ocurriendo, lo importante era ir a la sesión y continuar luchando. Le conseguimos una silla de ruedas y un andador. Después de algunas caídas más no me atreví a usar más el andador con ella. Verla en el suelo sin fuerzas para levantarse era la imagen de frustración y tristeza más horrible que he visto jamás. El deterorioro continuó, hasta el punto de que necesitaba alguien con ella 24/7, nos turnábamos mi hermano y yo. Pero la dedicación era total, limpieza, comida, traslados, necesitaba ayuda para prácticamente todo. Ver a la persona más importante de tu vida, a la que has visto mujer independiente, luchadora y la persona a la que más admiras en este mundo, en este estado, se me derrumbaba el alma a los pies. Ella se daba cuenta de sus limitaciones y creo que el ser consciente de todo ese deterioro es el peor infierno que alguien puede pasar. Recuerdo una noche que tenía muchos dolores y solo podía calmarla estando a su lado, me tumbe en la cama y la tumbe encima de mí con la cabeza en mis piernas. Que vulnerable parecía y que fuerte a la vez. Cuando terminó el tratamiento las lesiones habían reducido, pero no significantemente, lo próximo sería realizar sesiones de quimioterapia, pero aquello nunca llegó. El 10 de agosto llegué a casa y me encontré con la ambulancia, mi madre había perdido oxigenación y había perdido el conocimiento.Tenía un tromboembolismo pulmonar, las limitaciones de movimiento y el propio cáncer le habían hecho un trombo en las arterias pulmonares. En ese primer ingreso hospitalario, me dijeron sin tapujos que si algo se complicaba mi madre no era candidata a entrar en cuidados intensivos y que no habría mucho que hacer. Mi madre era tan fuerte que superó ese trombo y salió del hospital. Dada la atención que necesitaba la llevamos a un centro médico para que estuviese atendida mientras recuperaba fuerzas. Empezó a dejar de comer, a perder peso, si seguía así no le harían quimioterapia y la enfermedad avanzaría así que estábamos en contrarreloj. No conseguíamos que comiese y la veíamos muy débil, días después la volvieron a ingresar. Había cogido el Covid y su estado era muy delicado, empezaron las visitas restringidas. Tres días antes de su cumpleaños, estaba con ella en la habitación, vinieron las enfermeras a cambiarla y prepararla para el desayuno. Nunca olvidaré ese momento. Me miró y con la mirada perdida como la de una niña que no sabe donde está, estiraba la mano como para intentar alcanzar alguna cosa. En ese momento empezó a convulsionar, pensaba que se estaba muriendo, me dio un ataque de pánico y no sabía que hacer. Entraron las enfermeras y consiguieron estabilizarla. Pero partir de ese ataque continuaron muchos más, durante días, entre calmantes y medicación conseguían controlarlas, pero no había mejora. Las lesiones cerebrales habían empezado a sangrar y le estaban provocando las convulsiones. El día de su cumpleaños nos dejaron entrar a mi hermano y a mí, con todas las protecciones, ya que estaba en zona restringida por COVID, le conseguimos entrar el pastel de cumpleaños. Cumplió 63 años, y ahí estábamos mi hermano y yo con ella. La queríamos con toda nuestra alma, era la mejor madre del mundo. Nos dábamos cuenta de que el final estaba cerca, y de que no había nada que pudiésemos hacer para salvarla, estaba sufriendo mucho, nos pedía ayuda y nos pedía descanso. Cogía mi mano como una niña pequeña y jugaba con mis dedos, me tocaba la rodilla cuando me sentaba a su lado y parecía tan vulnerable, tan pequeñita, la quería proteger y la quería salvar. La madrugada del 17 de septiembre me llamaron por teléfono, “ya se ha acabado” me dijo la doctora. Fue un momento de increíble enajenación, mi madre estaba muerta y mi cabeza había colapsado. Es increíble toda la evolución a lo largo de los meses hasta este desenlace, sigo dándole vueltas a la historia y entendiendo que podría haber hecho mejor. Las últimas semanas eran insostenibles y aquello no era una vida sino un sufrimiento, pero aun así, no sé si hubiese sido capaz de dejarla ir si no se hubiese marchado ella.

Hace 1 año

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Hace 1 año

Conmovedor . Descanse en Paz ...

Hace 1 año

Siento mucho tu pérdida, que descanse en paz. Debes estar orgullosa de todo lo que la querías y todo lo que hiciste por ella. Seguro que ella lo está. Un abrazo.

Hace 1 año

Hola, sentimos muchísimo el fallecimiento de tu madre. Llámanos al 900 100 036 y te ayudamos en estos duros momentos. Un fuerte abrazo